Tuesday, March 23, 2010

Play it again, Sam (Sueños de un seductor)



En 1990 para un hombre ser reconocido como inteligente estaba obligado a ver cine de la nueva ola francesa y subrayar El lobo estepario. En descargos masculinos, o al menos en el mío, hay que decir que esta actitud no era enteramente elección nuestra: Aristoteles Onassis dijo que si no existieran las mujeres todo el dinero del mundo no tendría sentido; alargando las cosas, sin ellas sería innecesaria esa lánguida pose de inteligencia. Y a los veinte años, me desmienten, uno está dispuesto a recurrir a todo para aumentar sus posibilidades de conseguir una cita. Bueno, en ese punto estaba yo.

Había (creo que todavía) una figura que todo sujeto con pose de poeta maldito tenía que conocer y, de ser posible, tener un poster suyo en un apartamento con pretensiones del parisino Barrio Latino: Woody Allen. Si le sumaba un libro de poesías de Rimbaud en francés, un mechón emo sobre la frente aunque no existían los emos, algún conocimiento de boleros y un BMW el tipo estaba armado.

Debo confesarlo: no me gustaba el cine de Woody Allen y, aunque ahora le reconozco películas brillantes, no veo en él el monstruo que algunos ven. Pero estaba aburrido de que me dijeran “Te viste x película?” y cuando yo decía “No” me respondían “Ah! Es que esa es la que vale la pena!” Para evitar eso me dediqué a ver tanto cine de Allen como podía, empujándomelo garganta abajo.

En ese contexto, una noche haciendo nada con mi amigo Francisco Javier, dando vueltas en carro como sólo puede hacerse a los 19 años y uno no ha tocado un volante en meses (yo estudiaba en otra ciudad y la teoría de mi papá es que como yo no había hecho ejercicio nunca me convenía caminar…) me dice Francisco “Te presento a Adriana O?” Él había estado hablando de ella sin demasiado entusiasmo, así que sin demasiado entusiasmo y a falta de algo mejor que hacer acepté.


Llegamos a la casa, abrió…¿Cuál es el grado superior a “una mujer de bandera”? Llevaba una camiseta apretada, unos shorts también blancos, cara espectacular, abundante melena negra, ojos enormes… Como diría Les Luthiers, tenía lomo sapiens, talón de Aquiles, palma de Mallorca, nalgas marinas, frente popular. Y empezamos a hablar. Y ella dijo que le gustaba Money de Pink Floyd y hablamos sobre Dark side of the moon. Y dijo que le gustaba Sting y debatimos si había hecho bien dejando The Police. Y dijo que le gustaba Woody Allen…

Francisco me miró con gesto malévolo. Perverso. De hijo de perra, para que nos aclaremos. Él sabía de mi aversión. Había llegado el momento de cantarme “When you come down, you must come down in flames”. Yo no lo pensé por un momento, había que plantar los pies y defender lo que yo creía. Y lo que yo creía es que esa mujer estaba buenísima y afirmé “¡A mí me encanta el cine de Woody Allen!” Cada que ella mencionaba una película yo me la había visto y eso me valió un “¡Pero sabes bastante! Algún día podemos ir a cine” Francisco no me denunció en ese mismo momento porque en pocos días yo tendría que devolverme a seguir haciendo en la ciudad donde estudiaba el ejercicio que tanto entusiasmaba a mi papá que yo hiciera.

En la charla surgió Play it again, Sam, Sueños de un seductor en español, que me había gustado pero se volvió estratosféricamente favorita cuando Adriana vio que la conocía. Fue una especie de prueba para ver si yo de verdad sabia o sólo fingía como cualquier otro baboso en plan de llamar su atención, un ardid bajo y sucio del cual estaba cansada. Yo la apoyé, ¡qué ruines son algunos hombres!

La película carece de ese humor sutil que caracteriza la obra de Allen, muchos de sus chistes son agresivamente repetitivos, exagerados y de la familia de los pasteles en la cara; la sensación de la pena ajena no es extraña. Pero todos sus temas ya se encuentran ahí: las neurosis de clase media, la soledad de las ciudades, las creencias religiosas en las relaciones, el jazz, el cine. Esta película es algo así como su Big Bang.

Pero Alan Felix es un personaje con el que no es difícil identificarse. Es un crítico de cine y su mujer lo deja porque es un “espectador”, no participa, no hace nada aparte de ver cine, en especial Casablanca, que lo obsesiona. Para sacarlo de su encierro luego del divorcio un matrimonio amigo se propone conseguirle citas a ciegas, tarea a la que se aplica Linda (Diane Keaton), que trabaja en modelaje. Nuestra película comienza con Felix viendo el final de su cinta favorita, cuatro minutos donde aparecen tres de las 100 frases más famosas de la historia del cine según la AFI


El predecible dilema es que los esfuerzos para conseguirle una cita a Felix, que sabe de cine, chocan con que no sabe nada de la vida real. Ese tema lo hemos visto mil veces, pero esta película tiene un giro interesante: Felix ve cine hasta cuando no lo está viendo y desearía tener la pose de macho de Humphrey Bogart, al que ve en todas partes y recibe de él consejos para conquistar chicas. Por ejemplo, que no estaría mal abofetearlas. En una cita le aconseja lo que tiene que decir y cómo moverse mientras el angustiado Felix le dice “¡Tienes que estar bromeando!"

El que diga que no ha estado parado donde él está ni ha tenido en algún momento un modelo de rol imaginario miente. La torperza de Alan Felix aparece siempre que él quiere impresionar, cuando quiere parecer hombre de mundo. Tratando de ponerse un saco con gesto de barón inglés sólo consigue tirarlo al piso; por apoyarse en una repisa con gesto de dandy la derriba. Cuando le pregunta a una chica qué hará el sábado y ella responde muy existencial “Suicidarme” él asientey pregunta “Y el viernes?"


Felix tiene que decidir si impresionar poniendo a Oscar Petersen o el concierto número cuatro para cuerdas de Bartok. Sin llegar al extremo pedante intencionalmente cómico de este dilema, no conozco a un solo hombre que no haya sentido la pulsión de elegir la música que va a poner en una cita como si musicalizara una película. Y conozco a varios que se proponen lograr un desorden “casual” que les toma horas para que ella no crea que él la esperaba. En Marketing me enseñaron que todo atributo que uno le ponga a un producto y resulte invisible para el cliente es un desperdicio; difícilmente hay una actividad con más atributos desperdiciados que la fase de conquista.

Al final Allen entiende que su salvación es ser él mismo, cuando la única mujer que se enamora de él es la de su amigo, la que le ha organizado esas citas funestas. Y se enamora porque con ella nunca aparenta nada: Felix no le ve nada de malo a intercambiar con ella recetas para calmar la ansiedad como mezclar Librium con jugo de tomate… Lo único sutil de esta película es su moraleja: la cantidad de energía aplicada a una pose sólo puede llevar al desastre; la pose sólo funcionará cuando sea propia y algunas jamás llegarán a serlo. Y así, en un final delirantemente calcado del de Casablanca, el momento que Felix ha esperado toda su vida para repetir los diálogos de la película de 1942, cuando todo ha terminado no diré cómo, “Bogart” lo felicita y le dice que ya no va a necesitarlo más, pues ya sabe todo lo que tiene que saber. En más de un sentido el mensaje me caía de perlas en mi encuentro con Adriana…

1 comment:

  1. Acabas de ganarte una seguidora de tu blog, me encanta!

    ReplyDelete

About Me

My photo
Follow me in Twitter in english @tarotxp and in spanish @luisftenorio. I have twenty years of experience in senior positions in Human Resources. I received my MBA at Icesi & Tulane University ten years ago. I also love reading tarot and to learn "the dark side" of history