Tuesday, December 7, 2010

Escape de New York

Vi “Escape de New York” en televisión teniendo catorce años, en uno de esos especiales que eran el único refresco más o menos digerible para mi generación, en el desierto de un monopolio de televisión pública. Nada más que una programadora la transmitiera, con doblaje vergonzoso y comerciales de tennis North Star de gamuza y salsa de tomate Libby’s que afirmaba no ser salsa de tomate sino “kétchup” vuelve sospechosa cualquier producción, oeri todos llegamos al colegio a hablar sobre esa película, aunque no supe de un solo papá que se la viera entera. Mi primo Alberto, con lógica adolescente sentenció “Los viejos no saben de cine”.

Repetir “Escape” es como encontrarse con un buen amigo que no se ve hace años, sigue siendo una grata compañía pero no queda nada para decirse, aunque se pase un buen rato. Uno no se pregunta “¿Cómo me pudo gustar esto?”, uno sabe por qué, no es absurdo. Pero uno siente el pequeño tirón de hacer otra cosa y se queda… bueno, recordaba a mi primo: si me voy, soy irreversiblemente viejo.


“Escape de New York” en sesenta segundos: en 1998 el mundo está en la III guerra mundial y el presidente de Estados Unidos va a una cumbre con China y Rusia. Problema: Manhattan fue convertida en 1987 en prisión de máxima seguridad, rodeada de una pared infranqueable. Problema: una terrorista, una sola, secuestra el avión presidencial y lo estrella en Manhattan. Problema: en la isla las pandillas lo controlan todo por la ley del más fuerte. Solución: convencer a “Snake” Plissken, un supercomando que va preso, de salvar al presidente a cambio de un indulto. Entrará a la isla en un planeador y se abrirá paso solito en medio de las pandillas sin Dios ni ley y sacará al presidente de las garras del “Duque”, que demanda salir de la isla a cambio de entregar al presidente. 

Reconozcámoslo: toda película exige suspender la incredulidad, pero ésta lleva lejos la exigencia. Dejando de lado el costo obsceno de indemnizar propietarios de inmuebles baraticos como los de Fifth o Park Avenue; dejando de lado que los presos prefieran vivir en túneles del metro que en un penthouse en el Empire State; dejando de lado que un Servicio Secreto que permita a un terrorista secuestrar el avión presidencial se merece ir a parar a Guantánamo, la película sigue teniendo problemas y cuenta con una especie de terror hipnotizante para que uno no piense. La premisa es interesantísima y tiene ideas novedosas, pero la película no las desarrolla: confía en que la gente no pare de decir “¿Viste cómo quedó Broadway?” y en la actuación de Kurt Russell como Snake.

“Escape” fuera de su contexto no funciona plenamente, no es un clásico, así sus vociferantes defensores la cataloguen de obra maestra. Para algunas personas será estupenda y no lo veo absurdo, pero no es un “clásico”, le falta esa intemporalidad. Por otro lado, es una película fundacional y su influencia resuena en cintas posteriores, así que decir que no es clásica no es volverla inane. Esa es una de las muchas zonas grises de esta cinta.

Otra es el género. ¿Ciencia ficción? Pinta un futuro de dimensión paralela, un mundo unidimensional, restringido a lo necesario para ambientar la historia más que para sostenerla y en cierto punto esa ambientación reemplaza la historia sin hacer exploraciones. ¿Acción? Aunque es de esas películas de “uno contra el mundo” queridas en los ochentas, tiene momentos de arrastrarse sin que pase nada y las peleas tampoco eran gran cosa. “Escape” es de una especie de microgénero de la época que podría llamarse prisión/pandillas/apocalipsis. 

Cuando hablo de contexto, quiero decir que esta película es característica de los miedos de su momento. Los punk ingleses con sus cortes mohicanos de colores, tatuajes, piercings y mutilaciones deliberadas habían entrado con fuerza inusitada a partir del éxito comercial de los Sex Pistols. El ideal del “hombre corporación” de traje gris y con trabajo de 8 a 6 no le decía nada a una generación de sexo desaforado, explosión de sustancias ilícitas, inflación galopante, racionamiento de gasolina y un mundo al borde del desastre nuclear. Johnny Rotten y su banda gritaban con guitarras estridentes el vacío de una generación: ¿Si hasta los Estados Unidos del Capitán América hacían barbaridades como My Lai o Watergate, qué había de bueno en el mundo? Los adultos y los muchachos que se negaban a participar de esa ruleta rusa colectiva se preguntaban qué iba a salir de ahí y películas apocalípticas como “Escape” les dijeron: esto. 


La cosa parecía irremediable: la película de 1981 situaba su aventura en 1998. La guerra con Rusia había estallado y se impondría el comunismo, como se temía; el crimen se había desbordado y el estado había renunciado a eliminarlo. Diecisiete años separan a la audiencia de esos eventos. Y el éxito de la película es que esa metáfora era probable. En 1975 Time Magazine puso en portada “La ola de crimen” y lo ilustró con un muchacho de mirada torva al que bautizó “el gran depredador”. Y los demás éramos herbívoros y esta película mostraba nuestro futuro: los viejos abandonaban la película en parte disgustados, en mucha parte asustados con ese futuro de calles desmanteladas y nosotros, los jóvenes, quedábamos hipnotizados como un pájaro ante una culebra pensando en lo que se venía. O estaban quienes no creían posible esa visión … y la magia desaparecía al perder su soporte, pues ocurría más en la imaginación que en la pantalla.

En 1996 John Carpenter intentó el remake “Escape de Los Angeles”, la misma historia sobre paisaje diferente y con más dinero y el público la odió. Ahora anuncian para 2013 otro remake, en New York y la pregunta es “¿Cómo va a haber un Plissken mejor que Kurt Russell?” Yo creo que el problema es otro: el futuro que pinta la película ya no resuena. La necesidad es la madre de la invención y Carpenter, que sabía hacer cine B y no tenía mucho dinero, compensó con imaginación siniestra sus carencias, usando el abandonado hall de la St. Louis Station (la estación más transitada del mundo, abandonada y luego hotel de lujo) para una pelea con garrotes claveteados o poniéndole candeleros a las aletas del Cadillac Fleetwood del “Duque”, demostrando que el futuro además de peligroso era cutre.

Así que una de dos: o el remake sofistica muchísimo sus mecanismos narrativos, o elige un futuro alternativo distinto. En 1981 Carpenter, genial o accidentalmente, eligió un futuro inminente y dejó que los espectadores llenaran los espacios en blanco. El truco solo funciona si el espectador cree que ese futuro es posible, de lo contrario tiene que hacer una cosa mucho más sofisticada tanto visual como narrativamente.

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