Friday, April 9, 2010

Nacido el 4 de julio



Cuando la mayoría de la gente oye “manifestación estudiantil” se indigna porque esos gamberros son una pandilla de vándalos o si acaso jóvenes confundidos por oscuras fuerzas. A mí lo que esas palabras me producen es terror; a diferencia de la mayoría de mis amigos y amigas, que quieren que los pelafustanes de la policía vayan a enfrentarse con los pelafustanes de la universidad sin ellos mover un solo dedo pero reclamando que dejen su mundo en paz, yo puedo decir que he estado en una de esas manifestaciones. En la mitad. Y cuando es contra la voluntad de uno, es aterrador.

Cuando yo tenía ocho años las dependencias infantiles de mi colegio quedaban en un barrio con una sola vía de acceso que desembocaba a uno de los campus de la Universidad del Valle. Estamos hablando de 1978, una década de furioso movimiento estudiantil: los estudiantes no desaprovechaban ocasión para “hacer oir la voz de la universidad” y la universidad hablaba a pedradas. Salí en el bus de mi colegio y la polícía tenía acordonada la calle, nos dejaron pasar y en ese momento se desató el infierno. Los estudiantes se lanzaron sobre los policías y mi bus quedó atrapado en el choque. Se oían detonaciones. Gritos. Golpes contra el bus. Y se oía a treinta o cuarenta niños dentro del bus llorando a voz en cuello, donde el mayor de todos tendría diez años. No tengo idea cómo salimos de ahí pero el chofer, que no tengo idea cómo se llamaba, es uno de mis héroes personales aunque sea anónimo.

Ese día aprendí que las manifestaciones no son no como dicen los estudiantes ni los noticieros; es una batalla campal entre dos hordas y digan lo que digan no piensan en la gente que quedó en medio: las bajas civiles son el precio de la causa; los unos, para ofrendarles los heridos a la causa en Angola o en Laos y los otros para darles gusto a mis amigas de estrato seis y devolverles el orden que reclaman indignadas.



No puedo dejar de pensar en eso cuando veo Nacido el 4 de julio, una de las biblias de los manifestantes. Dirigida por Oliver Stone, le ganó en 1989 su segundo Oscar; para quienes no la han visto, Born on the 4th of july en sesenta segundos: Ron Kovic, nacido el cuatro de julio de 1946, inspirado por los discursos de Kennedy y su furibunda anticomunista madre (la de Kovic, no la de Kennedy) decide alistarse en los marines para ir a Vietnam, donde es herido y queda paralizado de por vida del pecho hacia abajo. Confinado a una silla de ruedas, empieza una larga transformación de donde saldrá un vociferante activista contra la guerra.


Si el espectador puede desnudarse de política, la película está bien contada y transmite su tragedia, que es de lo que se trata. Algunas de sus tomas se volvieron clichés, como las sombras de los soldados contra un sol anaranjado. Y su pueblo, con sus desfiles, sus niños rubios con banderitas, sus casitas de colores con cerca blanca y las charlas de cafeteria hablando de ir a Vietnam como si fuera ir al centro comercial son estupendas. Con eso ya hubiera sido una excelente película: la tragedia de un buen hijo, atleta destacado, sacado de la idílica vida de Long Island para meterlo a las junglas de Vietnam y devolvérselo a su familia paralítico. Lo que pasa es que Ron Kovic, el protagonista, existió, la película está basada en sus memorias y el libro es más que eso… y ese “más” era lo que quería Stone, que lleva a Kovic de Massapequah, New York, a Vietnam y lo vuelve a traer parapléjico en menos de 40 minutos en 145 minutos de película; lo demás es el Kovic activista que le interesa a Stone.


Allí Stone decidió convertirse en el director de los últimos 20 años: él no inventó el cine politizado, ni el cine es politizado cuando lo hace la izquierda pero una obra de arte si lo hace la derecha; Stone encontró que la gente hablaba más de sus películas si hacían escándalo y eso significaba taquilla. Muy pronto la derecha aprendería de la peor manera que debatirle no sólo no le hacía daño al director sino que empujaba a más gente a los teatros, dándole así dinero para su siguiente película.


Nacido el 4 de julio tiene dos problemas. El primero: tiene muchas lecturas, aunque toca estar atento a ellas. Es cierto, Kovic quiere ir a Vietnam porque todos los medios lo invitan a detener el comunismo; Vietnam igual se volvió comunista y Kovic volvió con un balazo. Es cierto, la derecha estudiantil y los aristócratas como Bush, Cheney, John Bolton, John Negroponte impulsaban la guerra sin asomarse por ella. Pero también es cierto que sus padres mandaron a Kovic a la guerra como soldadito de plomo y, en su etapa de manifestante, es cierto que acaba huyendo de la policía es por andar buscando a su novia de colegio (invento de la película, Kovic no la menciona en su libro), sin entender de qué hablaba ella. Todo hombre que haya acompañado a una chica, en plan de conquista, a un plan aburridísimo pretendiendo disfrutarlo entiende a Kovic.

Por otro lado, la película es mentirosa. No detalles menores para hacerla más cinematográfica, como cuando Kovic se rompe la pierna en el hospital y podemos ver las horrorosas condiciones con que USA trataba a sus veteranos. A Kovic jamás le pasó eso, pero el recurso es válido, porque es cierto que Estados Unidos trató a las patadas a sus soldados, a los que prácticamente les echó la culpa de haber perdido la guerra.

Pero la película tiene dos mentiras que harían que Stone descubriera su vena para el escándalo. Es cierto que en Estados Unidos había un vigoroso movimiento estudiantil en los 1960 y no era raro que acabaran enfrentados a la policía, pero el enfrentamiento en Syracuse no existió jamás. Kovic si participó, y no como espectador sino como orador, en otra manifestación, que debió deshacerse por una amenaza de bomba. El único sentido que tiene esa escena en la película, es mostrar pacíficos estudiantes brutalmente agredidos por la policía. La película ni siquiera pone a los estudiantes a responder el uso de fuerza: los pone a recibir garrote o a huir despavoridos, pero ni uno responde a la agresión, enfatizando que los manifestantes son “pacifistas”, el estado es “guerrerista” y apoyar al estado es ser guerrerista e inmoral.


Lo de la convención de Miami enfurece más a la derecha porque no sólo es mentiroso sino que le endosa faltas de los demócratas, sus enemigos jurados. Gracias al montaje, Kennedy aparece como el idealista mientras Nixon es el canalla que alargó la guerra. Así, en 1971 los manifestantes chocan con lo más cavernario de la derecha en plena convención republicana y son tratados de traidores y Kovic es arrojado al piso sin importar que sea un inválido. La verdad es que Kennedy metió a Estados Unidos a Vietnam y Nixon los sacó (es cierto que la alargó para asegurar la reelección). Pero lo más importante es que los eventos de Miami en la película no existieron nunca: Stone convenientemente no menciona que esos choques se parecen más a una convención, la demócrata, partido mucho más identificado con la izquierda, en Chicago en 1968.

En el fondo, Kovic defiende en lo que cree pero, como tantos inválidos, usa su condición para manipular y convertirse en un tirano; a quien tiraniza es a los espectadores. Y en un juego de espejos, Stone decidió manipularlo para que manipulara en el sentido que él sugirío y consiguió una película impactante pero tramposa, porque su impacto es deliberado, inevitable y prefabricado, como tocar un nervio en un diente.
Desde entonces Stone se ha convertido en un oportunista que desprecia al sistema del que se alimenta. Cuando los latinoamericanos quieran debatirle su película South of the border deberían recordar que eso es lo que él quiere. Stone hace películas divertidas y así hay que verlas, pero quien debata su visión política se mete en un juego que el juega mucho mejor. Él defiende a Chávez desde su mansión en California porque, como dice un empresario a quien no le gustaría verse citado “la pobreza con plata es llevadera”

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