Sunday, October 3, 2010

12 angry men (Doce hombres en pugna)



Uno de los mejores amigos de mi papá se llama Arturo, a quien vine a conocer después de yo tener treinta años. Arturo era una especie de figura mítica: él y mi papá hicieron colegio y universidad juntos y las historias de adolescencia y adultez joven de mi papá están marcadas por esa amistad; más de una vez he tenido que oír esas anécdotas, como chiste, como recuerdo, como alguna forma de ejemplo (mi papá, como todos los papás del mundo, es triunfalista: alguien más sirve para ilustrar lo malo, aunque jamás ha usado las anécdotas de Arturo para este último fin).

Así que cuando conocí a Arturo fue como encontrarme con un fantasma; de tanto oír de él era como si no existiera, era como darle la mano a Pulgarcito o a Clark Kent, una figura que pasó de fantástica a real. Encima, cuando lo conocí, solo apareció: un día estaba sentado en la sala de mi casa y mi papá me dice “Salude a Arturo”. Yo sabía cuál Arturo aunque no me hubieran dicho nada, lo cual fue más desconcertante.

Arturo es lo que los colombianos llamamos “una cajita de música”. Tipo con una sonrisa constante y un aura social como pocas: cualquiera es su amigo íntimo a los cinco minutos. Dotado de una notable voz de baritono, da recitales como tal. Artista preso en el cuerpo de un abogado, disfruta los viajes de lujo pero no tiene problema en disfrutar en alguna ranchería.

Cuento esto porque conversando con él me contó que lo obsesionaba la objetividad: qué es la verdad. O usando sus palabras y decirlo más epistemológicamente, que es lo que es. Me contó una historia que después vi en Charlie Wilson’s War y que se resume en “para bien o para mal, sólo Dios lo sabe”: suben a un muchacho a un caballo, del que se cae y todos los amigos se conduelen de la mala suerte y el padre dice “Yo sólo sé que se subió al caballo, se cayó y se rompió una pierna”. Estalla la guerra y por tener la pierna rota no reclutan al muchacho, todos lo felicitan y el padre dice “Yo sólo sé que tenía una pierna rota y por eso no lo reclutaron”. Y así. Arturo se preguntaba ¿es buena o mala suerte caerse del caballo?

Toda esa historia porque 12 hombres en pugna (12 angry men) trata de eso: ¿qué es la verdad? ¿Qué es lo que es? La película no contesta esas preguntas, sino llevarnos a reflexionar sobre las consecuencias de lo que creemos saber. Y cómo la ley, a la que tanta fe le tenemos, es aplicada por personas falibles, con historias propias a las que no pueden renunciar pero por eso pueden terminar organizando una tragedia.

12 angry men fue en 1957 el debut como director de Sidney Lumet, cuatro veces nominado al Oscar a mejor director a lo largo de su carrera, empezando con esta película. Hecha en blanco y negro en la ola del cinemascope, la película no atrajo audiencias pero se convirtió en una de esas películas clásicas: el American Film Institute la tiene entre las 100 mejores de los últimos 100 años (#87), uno de los 50 héroes más notables del cine (#28), la segunda mejor película sobre dramas legales de todos los tiempos.

El tema, aunque ambicioso, es fácil de resumir: un muchacho de barriada está acusado de asesinar a su padre. La fiscalía ha hecho un excelente trabajo demostrando que él es el asesino y el castigo es la muerte. El veredicto tiene que ser unánime, sea para condenarlo o no; si no hay consenso el juicio será nulo y comenzar nuevamente. El jurado son 12 hombres, que entran a la sala de deliberaciones decididos a condenar al acusado: las pruebas en su contra son tan abrumadoras, que en 15 minutos se habrán librado del problema “y alcanzaré a ver el partido esta noche”, dice uno.


Sólo veremos al acusado y al juez unos segundos. No vemos el juicio, no vemos las pruebas, no hay nombres: sólo dos personajes van a tener nombre en los últimos segundos, lo demás son “el muchacho”, “el padre”, “la señora al otro lado de las vías del tren” etc. En una sala con una mesa y unas sillas se acomodan justas 12 personas.


Realmente lo que importa no es el juicio, ni si es culpable. Lo que importa es la responsabilidad de impartir justicia con nuestras falibles certezas. Considerando que el asunto está resuelto de antemano, uno de los jurados se autoproclama presidente, sugiere que todos voten y se vayan. Los que estén por la pena de muerte, que alcen la mano: uno, dos, tres… once. Uno de ellos, el jurado #8 (Henry Fonda) no.

El monólogo inicial de Fonda es inolvidable: no sabe si el muchacho sea culpable o no. Posiblemente sí sea culpable, sí mató a su padre (se niega a decir lo que él cree) pero si van a matar a alguien, y desde su punto de vista tanto da que ellos estén bajando o no el interruptor de la silla eléctrica, ellos lo están matando, al menos debieran darle la oportunidad de deliberarlo en serio. Quizá lleguen a la conclusión que habían tomado de antemano, pero él quiere saber que si una persona murió como consecuencia de su trabajo, que ese trabajo quede bien hecho.

Muchos conservadores claman que la película es un alegato contra la pena de muerte. Eso no es cierto y desapasionadamente cualquiera verá que no se menciona si está bien o no matar a alguien. En cambio, sí se afirma algo que creo que cualquiera aceptaría así sea a regañadientes: si se va a aplicar semejante pena, mejor que el trabajo quede bien. La cinta le pregunta a los espectadores: si usted no se fuera a limitar a hablar sobre las noticias, a opinar sobre lo divino y lo humano, sino que físicamente activara la silla eléctrica ¿no le gustaría estar seguro de lo que va a hacer, mientras el preso le suplica a usted, no al juez, no al sistema, a usted que no lo haga?


Cualquier seminario de negociación se beneficiaría de esta película. Como no se cansan de repetir mis profesores de Introducción al Derecho y de Teoría del Proceso, administrar justicia es delicado y majestuoso. Uno por uno los jurados van cambiando su posición por diferentes razones y desnudan sus bajezas o su grandeza. Al final no dicen inocente, sólo duda razonable. Y en una escena diminuta, dos de los jurados se encuentran al final y uno se le presenta al 8 como MCArdle, Fonda responde “Davis” y se quedan mirándose antes de gruñir y separarse sin despedirse: no entendieron para qué presentarse, no son amigos, no comparten causa. No volverán a verse, como indica el amplio plano del parque y ellos tomando direcciones opuestas. Y justicia servida.

3 comments:

  1. Soy compañera de José David y Yolanda en la clase de literatura. Me parece muy interesante tu comentario sobre la película.También tengo un Blog, y me gusta el cine.Alli te envío la dirección:
    http://www.caminandosobrelatierra.blogspot.com/
    Saludos,
    Gloria

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  2. Ese es mi amigo el abogado. Esta pelicula me la vi hace tiempo por tu culpa, y tenias razón. es inolvidable. que reviva el blog de cine.

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  3. Esa película la vi recién entré a la carrera. He hecho como 4 ensayos sobre la misma película, y cada vez encuentro cosas que siguen asombrándome. Qué bueno que hayas regresado con el blog :D

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